PABLO DEL VALLE: «LA MÚSICA, COMO CUALQUIER OTRO ARTE, DEBERÍA SER UNA FUENTE INAGOTABLE DE CREATIVIDAD»
Reconocido por su enfoque innovador de la música electrónica y sonidos experimentales, Pablo del Valle cuenta en su currículum con una extensa formación académica. Los conocimientos del de Vilalba, combinados con su particular forma de entender la música, han dado como resultado el desarrollo de su proyecto personal, una expresión de creatividad que se refleja en cada uno de sus temas.
Tras presentar su espectáculo para caja y electrónica ‘Electric Drum Head’, sobre la salud mental, el joven percusionista sigue creando piezas con las que pretende romper la barrera que supone la música clásica para la juventud. Lo hace desde una perspectiva original y creativa en la que trata «los instrumentos de percusión en sus diferentes posibilidades». ¡Y lo que no son propiamente instrumentos... también!
Foto © Uxía Castelo
Pablo del Valle nace hace más de 30 años en Vilalba (Lugo), pero Pablo del Valle como proyecto musical emerge hace unos tres... ¿Cuál fue el germen de esta nueva andadura en tu carrera?
Pablo del Valle: «Se puede decir que fue la etapa de la COVID-19. Durante este período me dedicaba a la docencia. Daba clases de percusión en conservatorios y escuelas de música, pero yo sentía que lo que me apetecía realmente era tocar. Cuando estudiamos el grado superior, nos forman como intérpretes y en ese momento quería explotar más este camino.
Siempre me sentí cómodo haciendo música de cámara, pero durante el confinamiento eso resultaba complicado por las restricciones. Fue ahí cuando empecé a considerar que tocar con electrónica podía ser una solución. Primero, porque era un lenguaje familiar para mí y me sentía cómodo interpretándola dentro del repertorio contemporáneo. Y después, porque siempre creí que era un mundo nuevo y lleno de posibilidades. Al igual que los medios electrónicos está presentes en nuestro día a día, el futuro de la música pasa por saber convivir con las nuevas tecnologías.
Creo que puede ser la puerta de entrada para captar a la juventud.
Así surge este proyecto».
¿Cómo recuerdas tu primer contacto con la música? ¿Siempre tuviste preferencia por los instrumentos de percusión?
Pablo: «Pues fue gracias a la verbena. Recuerdo que de pequeño me gustaba ir a las fiestas y escuchar las orquestas con mis padres. Allí empecé a sentir curiosidad por los diferentes instrumentos y me fijé en la batería. Mi familia nunca estuvo vinculada a la música; mi padre trabajó como pintor, y recuerdo que jugaba con los calderos vacíos y golpeaba en ellos imitando una batería.
Muchos chicos nos acercamos a la música gracias a las fiestas populares».
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Musicalmente hablando, «creces» en el mundo de la clásica, con una amplia formación camarística y orquestal, aunque siempre vinculado al repertorio contemporáneo para percusión. ¿De qué manera influye esta formación previa a la hora de conformar tu proyecto en solitario como compositor?
Pablo: «Es la base principal del proyecto. Cuando estudiaba en el conservatorio era de los pocos chicos que sentía curiosidad por el repertorio contemporáneo. A día de hoy sigue habiendo mucho mucho miedo por parte de los músicos a acercarse a él. Existe recelo a experimentar, a investigar, a buscar nuevas tímbricas... y parece paradójico cuando la música, como cualquier otro arte, debería ser una fuente inagotable de creatividad.
Este es el objetivo principal de mis piezas; hacer música con cualquier objeto para convertirlo en un instrumento de percusión, pero con una estética sencilla y que recoja elementos populares. Y sin olvidar tampoco mis orígenes del clásico».
Más concretamente, tu interés se centra en la música electrónica del repertorio contemporáneo. ¿Qué despertó esa curiosidad por la electrónica? ¿Cómo fue tu acercamiento a este género musical?
Pablo: «Fue gracias a mi profesor Diego Ventoso, percusionista de Vertixe Sonora. Estudié con él el grado profesional en Lugo y fue quien me hizo entrar en contacto con este repertorio.
Nunca me gustó tocar como solista; estar solo en un escenario fue algo que siempre me dio bastante respeto. Por eso siempre busqué mi lugar haciendo música de cámara, ahí era donde me sentía realmente cómodo y también donde más disfruto.
Con la música electrónica se ponía solución a este problema: podía estar encima de un escenario “solo” pero a la vez haciendo música a dúo con un ordenador. Y además con todas las ventajas de no tener que depender de otras personas para ensayar. La máquina siempre va a ser infalible y eso además es un reto.
También fue una oportunidad para conocer la parte moderna de los conservatorios. Resultaba atractivo tocar con un ordenador mientras el resto de instrumentistas preparaban un repertorio mucho más clásico».
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A lo largo de tu formación académica, has recibido clases de grandes maestros como Lorenzo Ferrándiz, Marlus Leoson, César Peris, Roberto Oliveira, Nuno Aroso, Guido Rüekel, Nick Woud y Marc Braafthart, entre muchos otros. ¿Qué te llevas en el bolsillo de estos aprendizajes?
Pablo: «De ellos aprendí que el trabajo es el mejor camino para lograr los objetivos que uno se proponga. Parece un tópico, pero de poco vale el talento si no eres constante y riguroso con lo que haces. En mi caso hay mucho más trabajo que talento y, al final, fue lo que me hizo llegar hasta el punto donde estoy hoy.
Para poder mejorar es muy importante ser exigente con un mismo y, sobre todo, dedicarle tiempo, estudio y pasión. En esta profesión nunca se deja de estudiar ni de aprender».
En tu bio de cierta red social leemos bajo tu nombre «música con desodorantes», entre otras particularidades del proyecto. Más allá de esta curiosa etiqueta, ¿cómo definirías tú la música de Pablo del Valle?
Pablo: «Mi música trata de ser original, no soy mucho de etiquetas. Me gusta recalcar que el arte, en cualquiera de sus expresiones, deber nacer de la creatividad. Y así surgió este proyecto; mitad fue fruto de la casualidad y la otra mitad de la búsqueda de una sonoridad que tuviese influencias clásicas pero con una estética popular. El nexo común de todas estas piezas es que tratan los instrumentos de percusión en sus diferentes posibilidades.
La etiqueta de música con desodorantes no deja de ser una broma. Si bien es cierto que el sonido del desodorante está presente en varias de las composiciones, pues es un perfecto sustituto del hi-hat electrónico. Usar un spray me pareció algo divertido y que reflejaba la esencia del que buscaba: jugar con la música».
Si preguntamos por tus influencias, ¿a quién señalarías? ¿Quién dirías que tiene, o tuvo, especial impacto en tu manera de componer?
Pablo: «Pues es difícil citar una en concreto, porque las influencias de una persona creo que van muy vinculadas a toda la música que escuchó o interpretó a lo largo de su vida. Es como si tuviésemos una base de datos gigante en nuestra cabeza que se crea con aquello que nos agrada y nos trae buenos recuerdos.
A nivel clásico siempre tuve fascinación por la música minimalista de Steve Reich; también la de Philip Glass o Arvo Part. Me parecen músicas que, dentro de una estética clásica, las puede escuchar cualquier público. También de percusionistas como Ivan Trevino, Evan Chapman o el grupo Third Coast Percussion.
Dentro de las músicas más populares me gustan bandas como Meute, Daft Punk, Klangphonics, Mezerg o Safri Duo. Son grupos que explotan la electrónica y estos últimos fueron pioneros al juntarla con la percusión. Además, los daneses son músicos que también se formaron en el clásico».
Estás detrás del espectáculo ‘Electric Drum Head’, un concierto para caja y electrónica sobre la salud mental que toca cuestiones como el aislamiento, la gestión emocional, los conflictos bélicos o el acoso; temas «propios» de la etapa pospandémica en la que nos encontramos. ¿Cómo surge la idea de crear este espectáculo?
Pablo: «Pues fue durante 2021. Dando clases de percusión notaba que el estado de ánimo de los alumnos era bastante bajo, en parte porque las clases que dábamos eran telemáticas y, en percusión, tenemos el hándicap de que no todos los niños disponen de los instrumentos en casa. Esto provocó que bastantes se planteasen seguir estudiando música. Durante esa época a nadie le apetecía aprender un instrumento a través del ordenador; ¡era algo frustrante para todos! Incluso para los profesores [risas].
Aquí empecé a darme cuenta de que no se tenía en cuenta a salud mental de los niños, y que no se puede disfrutar un instrumento a través de una pantalla. Estábamos obligando a los niños a conectarse a un ordenador para contarles algo de un instrumento que no tenían entre las manos. ¡No se puede tocar algo que no se tiene!
Este hecho me hizo pensar que en el mundo de las artes a salud mental sigue siendo un tema tabú: todo el mundo se enfrenta al miedo escénico, pero a nadie le explican cómo abordarlo; como intérpretes tenemos que transmitir emociones, y nadie nos enseña a gestionar las nuestras propias. Es muy complicado tratar de llegar a un público cuando en nuestra formación nadie aborda este tema. Y la música son sentimientos; ponemos música para alegrarnos, para momentos tristes, para estar de fiesta. Y nadie nos habla del componente emocional.
Además, en el proceso formativo se respira mucha competitividad, mucha exigencia, mucha lucha de egos, muchas decepciones por no hacer bien unas audiciones. Estamos siendo constantemente juzgados y eso, a nivel mental, si no eres fuerte, crea inseguridades.
Por eso nació este proyecto, para visibilizar que la salud mental nos afecta a todos».
El repertorio está formado por siete obras de compositores norteamericanos, ¿cómo fue su selección?
Pablo: «Pensé en un repertorio que huyese del lenguaje complejo. Tenía claro que debería ser fácil de escuchar y tampoco quería que fuese un concierto de música clásica contemporánea sin más. La finalidad era contar una historia a través de la música.
Hay piezas que tienen una estética minimalista agradable y otras, por el contrario, buscan agitar e incomodar al espectador. En líneas generales, quiero que las emociones del público se manifiesten, y para que eso suceda es necesario que el espectador entienda lo que está pasando en el escenario.
El hecho de que el repertorio sea de compositores americanos atiende la que la literatura para caja y electrónica está más extendida en este continente y hay una mayor producción».
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Durante el espectáculo tú haces el papel solista, interpretando la percusión, mientras «interactúas» con el acompañamiento electrónico, como si, en realidad, fuese un concierto a dúo. ¿Cómo construyes este diálogo, de qué modo «hablan» percusión y electrónica?
Pablo: «En este concierto los dos interlocutores son igual de importantes; se podría decir que uno no tiene sentido sin el otro.
La caja es el instrumento principal y aparece representado de tres formas diferentes en la escena; en cada pieza ocupa un rol y busca integrarse en todo momento con la electrónica. Esta tiene un claro carácter melódico, aunque a veces también refuerza las partes rítmicas del instrumento en directo.
Muchos de los efectos que se crean con las baquetas, con las manos y hasta golpeando el instrumento del revés, recogen resonancias de la electrónica haciendo que uno complemente al otro.
En la pieza “Non-prophets” la electrónica crea rítmicas con fragmentos sacados de discursos de tele predicadores; esta obra aborda el tema de la manipulación mental y de las sectas. Durante buena parte de la pieza a finalidad de la caja es despertar la angustia, agitar al espectador y crear una sensación de que estamos asistiendo a la propia manipulación.
La complicidad entre el intérprete y la electrónica tiene que ser exhaustiva, haciendo que el trabajo camarístico sea la base de la interpretación».
Desde tu punto de vista, ¿qué papel crees tú que tiene, o debería tener, la música a la hora de abordar temas como este de la salud mental o, como veremos más adelante, el racismo?
Pablo: «No concibo la música si no tiene un mensaje o finalidad. En general, el arte tiene que tener esa misión; es el lenguaje más poderoso del mundo. Todo el mundo escucha música y la tiene presente a todas horas aunque no entendamos su idioma. Deberíamos aprovechar el interés que despierta para abordar problemas que nos afectan a todos.
Creo que uno de los problemas de que la música clásica no enganche a la gente joven es que no sabe lo que va a escuchar; y eso es grave. Necesitamos entender lo que va a pasar cuando vamos a un concierto. Sobre todo cuando vamos a uno de auditorio y tenemos que estar sentados con toda la atención en él; si nos sabemos lo que vamos a escuchar puede ser un suplicio. Y por eso ‘Electric Drum Head’ es un proyecto que busca conectar con el espectador. Va a ver música contemporánea, pero la música es el medio para transmitirle que existe un problema en nuestra sociedad llamada salud mental».
Foto © Uxía Castelo
En tu canal de YouTube encontramos numerosos vídeos tuyos experimentando con ritmos y diferentes instrumentos de percusión sobre obras de otros compositores. ¿Qué parte juega esta experimentación cuando, luego, compones tus propias piezas?
Pablo: «Es una parte imprescindible. Todas tienen que tener un elemento poco habitual dentro del tema, ya sea un instrumento como la sansula en “Le Magic Mayimba”, el uso de tres cencerros africanos en el tema “A Vaquiña” o las copas afinadas en “Ondas do Mar”.
Estas influencias del clásico son las que quiero trasladar a mis temas para que la gente conozca que tocar la percusión no es solo tocar la batería. Cuando descubres las posibilidades de tocar tantos instrumentos, tienes un mundo de posibilidades con los que jugar y dejar volar tu creatividad que son increíbles».
Tu discografía está compuesta por más de media docena de temas (¡de momento!), publicados individualmente. ¿Por qué lanzarlos por separado en vez de recogerlos en un álbum?
Pablo: «Pues fue fruto del azar. El primer tema que hice fue para un concurso en Vilalba que no se llegó a celebrar; grabamos y enviamos el tema y después los seleccionados harían una actuación en directo. Como no quería que se quedase olvidado en el cajón, decidí publicarlo y compartirlo con la gente en redes. Si este concurso se celebrase, probablemente no hubiese tenido este recorrido.
El tema tuvo buena acogida, hizo gracia y, poco a poco, fui juntando ideas y sacando otros; así hasta llegar la seis. A lo mejor se me fue un poco de las manos... [risas]».
Y, ya que estamos, no vamos a dejar pasar la oportunidad de preguntar —así como quien no quiere la cosa— ¿podremos esperar, en un futuro no muy lejano, un disco de Pablo del Valle que recoja todos estos temas?
Pablo: «Ojalá. Eso significaría que la inspiración y la creatividad están funcionando, pero tampoco lo tengo como una meta. En la actualidad compagino la docencia con estos proyectos y el tiempo para experimentar depende mucho de la inspiración y de los momentos en los que uno se encuentre. De aquella hice seis temas en menos de ocho meses y, ahora, llevo ese mismo período sin crear ninguno. No quiero forzar las cosas; la música es un juego y cuando tenga esas ganas, pues seguro que saldrán cosas.
Bien es cierto que me gustaría grabar algo de manera más profesional».
Para la interpretación de estas piezas utilizas, además de instrumentos de percusión clásicos —cajas, vibráfonos, xilófonos, etc.— útiles caseros que puedes encontrar en tu día a día: sprays (¡el desodorante del que hablábamos más arriba!), macetas, cencerros, pelotas de ping-pong... ¿Por qué? ¿Con qué objetivo?
Pablo: «Pues porque visualmente llaman la atención. Desarrollar la creatividad es una parte importante que busco en las composiciones, por eso empleo estos utensilios convencionales. Es una manera de decirle al público que la música se puede hacer con casi cualquier objeto, lo único que se necesita es voluntad. Todos ellos suenan bien, pero la única diferencia es que no se estandarizaron como un instrumento musical.
Imagino que la persona que decidió cortar láminas de madera para construir un xilófono en su día también fue original y creativo».
Una caracola o un salero fueron algunos de los objetos que utilizaste para hacer «chocar» las olas en “Ondas do Mar de Vigo”, canción inspirada en el poema homónimo de Martín Códax. ¿Cómo escoges estos objetos para ser parte de la percusión, cuestión de timbre o...?
Pablo: «Mi idea con este tema era imitar el sonido del mar con la percusión.
Crear un paisaje sonoro con instrumentos en vivo que evocase el mar. Aquí hay una fuerte influencia de la música clásica, pues se basa en los principios de Pierre Schaefer y de la música concreta. Esta buscaba incluir cualquier sonido dentro del vocabulario musical, distinto a los producidos por los instrumentos musicales. Manipulando el sonido, recogí fragmentos de gaviotas que son disparados en la electrónica para la introducción del tema.
El resto fueron instrumentos que tienen tímbricas marinas; el primero de ellos el tambor de océano, un instrumento formado por un pandero con bollos de acero (en mi caso lentejas), que al moverse imitan el golpeo de las olas cuando rompen en la arena.
El segundo la caracola, que todos asociamos con el mar. Aunque no es un instrumento de percusión, en las bandas de música los percusionistas somos los encargados de hacer muchos efectos sonoros con instrumentos de viento.
Y otro muy curioso es el bote de sal. Este “instrumento” no deja de ser una especie de maraca. La maraca convencional lleva semillas o arenas en su interior para emitir el sonido; yo quise ir un paso más allá y utilizar los granos de sal para que estuviesen relacionado con tema. En función de si a sal es gorda o fina el sonido varía, siendo más o menos intenso.
Por último, empleo unas copas de cristal que están afinadas. Para conseguir las diferentes notas hay que llenarlas de agua para modificarles el tono. Esto también es una metáfora de las botellas y los vidrios que llegan a las playas traídas por las olas del mar.
Todo esto suena sobre un ostinato para vibráfono que es el tema melódico de esta pieza».
Ya por curiosidad, ¿qué objeto fue el más extraño que has utilizado para hacer música?
Pablo: «Recuerdo emplear los huesos de las costillas de cerdo en una pieza que tocamos en el Festival de Música Contemporánea de Lugo. No fue una experiencia que guarde con cariño, ya que después de varios días de ensayo, el día del concierto aquello tenía un olor un poco desagradable [risas]».
Inspirada en la naturaleza, entre el paisaje sonoro que construiste para “Hierba” escuchamos versos del poema “Esmeralda”, de Xosé María Díaz Castro. El poema reflexiona sobre la trascendencia de pequeñas cosas aparentemente insignificantes... idea que podríamos considerar casi como una metáfora de tu música, ¿no?
Pablo: «Sí, totalmente. Me identifico mucho este poema. Son solo ocho versos, pero que nos dejan una profunda reflexión para apreciar las cosas simples.
Lo pequeño e insignificante también puede transformar el mundo, y esto está muy relacionado con la estética musical minimalista. Los elementos simples y repetitivos pueden parecernos estáticos, pero cuando sufren pequeñas modificaciones resultan hipnóticos y captan nuestra atención. Hay muchos críticos que consideran esta música inferior al resto, por asociar que los elementos sencillos son fáciles de interpretar. Otros simplemente por considerarla música “comercial”.
Creo que hacer música con pocos elementos es muy complejo porque hay menos posibilidades para crear combinaciones; para mí eso es una virtud. Por el contrario, si hacemos música muy compleja para el oyente, corremos el riesgo de que este se aburra y no nos entienda. Y no hay nada peor para un intérprete que despertar la indiferencia de su público; eso significa que el mensaje no le llegó.
Por eso busco la sencillez, para que el mensaje sea más directo. Y luego, a través de la didáctica y de los múltiples instrumentos empleados, podrán observar como todo está estudiado y hay pocas cosas al azar. De ahí emana la complejidad».
Tras una sencillez aparente en temas desenfadados de electrónica para bailar se esconde una buena dosis de experimentación, algo que contrasta con la electrónica experimental ajena que interpretas. ¿Componer de este modo es un modo de acercar la electrónica experimental a un público más amplio?
Pablo: «Sí, es el objetivo. Creo que ambos estilos pueden convivir y que no están tan alejados, pero pienso que nosotros tenemos que hacer un esfuerzo para despertar el interés en la gente. Como intérpretes es nuestra responsabilidad.
Tenemos que preguntarnos por qué en nuestros conciertos no hay gente joven, a lo mejor no estamos sabiendo transmitir ese mensaje o lo hacemos sin atender los gustos de la gente... y lo vestimos con la etiqueta de que es música comercial.
Si queremos que un adolescente tenga interés por la música contemporánea primero tenemos que educarlo a través del popular. Una vez despertemos su curiosidad, será más sencillo que esté abierto a escuchar otras músicas si lo hacemos de manera progresiva. Pero nunca desde la imposición; si imponemos algo, entonces ya no serán los gustos personales de una persona».
“A Vaquiña” es uno de tus temas más recientes —ojo, tema que interpretaste en la gala de Miss Vaca 2024— compuesto sobre el refrán amiguiño sí, pero a vaquiña polo que vale y que interpretas escondido detrás con una careta de vaca. Este no es el único tema con referencias a la cultura popular gallega que aparecen sobre todo en los samples. ¿Por qué incluir esta parte vocal y por qué vincularla tanto a la idiosincrasia gallega?
Pablo: «Porque tenemos que sentirnos orgulloso de nuestra tradición y de nuestra cultura. A día de hoy aún hay gente que emplea el término “aldea” como algo despectivo, cuando debería ser al revés. Hoy en día los problemas más grandes se deben al estrés y al ritmo de vida de las ciudades.
No somos conscientes de la riqueza que hay en nuestra tradición popular. Toda la sabiduría y todo lo que nos identifica como pueblo se recoge en ella; bien sea en las canciones, en los bailes, en los refranes o en las leyendas. Y por eso me gusta hacer una referencia a ellos.
El refrán empleado define muy bien una característica de nuestra forma de ser: la desconfianza que tenemos los gallegos; además de ser una expresión conocida por todo el mundo. Este tema representa a una gran parte del país que se dedica al campo y a la que le tenemos que estar muy agradecidos.
La careta no deja de ser una anécdota que surgió al emplear los cencerros como instrumentos de percusión. Me pareció una manera divertida de interpretar el tema y huir de las formalidades».
Otro, lanzado en abril, es “Le Magic Mayimba”, basada en el proyecto y en las ilustraciones de Le Magic Mayimba, de la que destaca tanto la electrónica, creada con instrumentos africanos, como la escritura del tema, con una superposición de compases y con samples de Muhammad Ali reflexionando sobre el racismo. ¿Cómo nació esta pieza en concreto?
Pablo: «Este tema nace por mi gusto por la cultura africana y su forma de entender la vida. Desde hace unos 7 años realizo un proyecto de ilustraciones coloridas contra el racismo titulado “Le Magic Mayimba”. Como dije antes, creo que el arte tiene que ser una herramienta de concienciación social, y pensé en crear un tema que abordase el racismo.
En la música contemporánea con electrónica es habitual samplear textos y mezclarlos con las melodías. Conocía la entrevista de Muhammad Ali en la BBC, en la que hablaba sobre el racismo con mucha retranca. Me pareció una manera muy gallega de reflexionar sobre un tema tan serio. Ahí fue donde decidí que el texto tenía que ser una parte importante en la pieza; estaba hablando de que nuestra cultura utiliza el negro para aquello que tiene connotaciones negativas.
El hecho de que la percusión tenga los orígenes en África me facilitó también la instrumentación».
Esta pieza es un poco diferente al EDM desenfadado de tus anteriores temas. ¿Este cambio fue consecuencia de la temática de la canción o es un camino que seguirás explorando? ¿Podremos escuchar algo similar en un futuro disco de Pablo del Valle...?
Pablo: «Se podría decir que es consecuencia de la temática, quería que el tema sonase a África y para eso tenía que romper con lo hecho anteriormente. Esta pieza superpone un compás de subdivisión binaria sobre un ternario, algo que es muy habitual en la cultura africana; aquí está el motivo de que no suene como el resto. Además, hacer esto era una forma de vincular el proyecto de las ilustraciones con el musical.
En cuanto al disco, siempre estoy explorando y me dejo llevar por lo que me pide el cuerpo en ese momento. No me gustaría condicionar mi creatividad en función de si encaja más o menos con un estilo u otro, no me gusta ponerle barreras a la creatividad. A veces nos sentimos más libres para encajar con un estilo y otras preferimos algo más contenido. Creo que son estados de ánimo».
Más allá de la experimentación, en general, ¿cómo suele ser tu proceso creativo? ¿Qué papel juega la improvisación?
Pablo: «Pues aunque soy una persona a la que le gustar tener todo muy atado y controlado, para crear hay que hacer muchas pruebas... y equivocarse mucho. Tenemos que normalizar el error como parte del proceso.
También es fundamental disponer de tiempo y no ponerse fechas —suelo aprovechar los parones en la docencia para tener esa libertad— y, lo más importante, no forzar la situación; esto es lo más complicado. A veces quieres crear algo y puedes echarte horas delante del ordenador que no te va a salir. Y otro día tocas un par de notas y empiezan a venir las ideas.
La experimentación depende mucho de tu día a día, de tu entorno y, muchas veces, de hechos que no tienen nada que ver con la música».
Compaginas tu faceta como músico y compositor con la docencia; en tu opinión, ¿cómo vienen las nuevas generaciones de músicos?
Pablo: «Creo que hay dos situaciones diferentes. La gente que tiene claro dedicarse a esto viene mucho más preparada que nosotros; tiene muchos más medios, muchos más recursos (en parte gracias a las nuevas tecnologías) y también muchas más referencias que seguir. La gente que está empezando, en cambio, tiene muchas más distracciones, menos tiempo, y si la cosa se tuerce es más fácil abandonar este camino. Es el problema de la tecnología.
Cuando nosotros estudiábamos dedicábamos más tiempo a ensayar porque no había redes sociales ni tantas distracciones con las que pasar el tiempo. Ahora eso cambió mucho».
Foto © Pradero
El Certamen Gallego de Bandas 2024 y los Premios Agustín Fernández Paz, ambos celebrados en octubre, fueron los dos últimos actos donde pudimos disfrutar de tu música en directo. ¿Cuándo, y dónde, podremos verte de nuevo?
Pablo: «Pues de momento estas fueron las dos últimas actuaciones. En el Certamen Gallego hice un concierto más experimental con temas de otros compositores del repertorio contemporáneo, y en los Premios Agustín Fernández Paz pude interpretar mis temas.
Ojalá vengan más en los próximos meses. Bien es cierto que me gustaría reivindicar el concierto sobre la salud mental ‘Electric Drum Head’. Hasta ahora no tuvo la repercusión esperada entre los programadores y me da un poco de pena; creo que es un proyecto cargado de emoción y que conecta con el público».
¿Cómo es Pablo del Valle encima del escenario? ¿Qué puede esperar el público de un concierto tuyo?
Pablo: «Pues soy una persona que busca esa conexión con el público. Me gusta ser didáctico y también cercano. Es importante romper la barrera que existe entre intérprete y espectador; ambos somos parte del espectáculo y uno no se entiende sin el otro. Un concierto no debe ser frío, y en la música clásica hay demasiados protocolos.
En un concierto mío creo que se pueden encontrar emociones, tanto las mías propias como las que busco despertar en el oyente. Esa debe ser nuestra misión, que la música nos transmita algo».
Foto © Uxía Castelo
En la actualidad, ¿qué artista o grupo gallego nos recomendarías? ¿Algún favorito que deberíamos conocer?
Pablo: «Admiro el trabajo de Baiuca. Es una propuesta que pone en valor nuestro patrimonio y además rompe con la idea de que lo tradicional es antiguo. Combinó a la perfección dos géneros que parecían opuestos y además supo darle una estética muy personal.
Cuando escuchas un tema de él, sabes que suena a Baiuca. Creo que no hay mejor elogio para un artista que ser reconocible y no caer en las copias».
Si abriésemos tu cuenta personal de Spotify, ¿qué escucharíamos? 100% Sinceridad, 0% Vergüenza.
Pablo: «¡Pues encontraríais de todos los estilos! Pero sobre todo los estigmatizados porque escucho mucho reguetón y música comercial: Ozuna, Myke Towers, Bad Bunny, Rosalía.
También escucho mucha música gallega: Baiuca, Xabier Díaz, Lamatumbá, Fillas de Cassandra o Aliboria. Me gustan los grupos que tienen una esencia propia. Carlos Sadness o Muchachito Bombo Infierno transmiten una energía muy buena. Y otros como Daft Punk, Kygo o Avici.
Cada música es para su momento y reconozco que lo que menos escucho es el clásico.
Por otra parte, no me gusta que la gente se avergüence de lo que escucha solo porque alguien considere que una música tiene más categoría que otra. Es algo que me molesta bastante. No podemos decirle a la gente lo que debe de escuchar».